lunes, 13 de abril de 2009

.....Historias de Toletum....


Algo raro había alí .....e non fun o único...... o panoli de abaixo tamén o pasou mal , xa estou máis tranquilo..... ( Texto sacado do seu blog , eu non son tan friki ).....


....." Volvamos a la foto . Fue tomada en otro de esos misteriosos subterráneos: la Cueva de San Miguel, sita en el patio de una vivienda particular. El autor de este reportaje y su sufrida acompañante contrataron los servicios de una empresa que organiza visitas guiadas por la ciudad. La última parada era esta cueva.
Datada en 3500 años (algo incomprensible dadas sus enormes dimensiones y la escasa mano de obra que se supone había en Toledo por aquellas fechas) la cueva ha servido como bodega, almacén y lugar de juergas etílicas para respetados profesores universitarios.





Según nos contó nuestro guía Javier (a quien nunca olvidaremos), en la cueva habían sido medidos unos niveles de energía fuera de lo normal. Y como hemos dicho, era probable que esta cueva estuviera comunicada con otras (tal vez aquella en la que se internó don Rodrigo) y todas ellas formaran parte de esa Escuela de Nigromancia. Un lugar muy estimulante, como se ve.
El guía dejó suelto al grupo invitándole a que recorriera la cueva a sus anchas, explicando su recorrido y advirtiendo de que, en caso de apagón, no nos preocupáramos ya que él llevaba una linterna. Olvidó advertir que la linterna sería completamente inútil en el caso de que alguien se quedara encerrado en la cueva y él ya estuviera fuera. Y eso es precisamente lo que nos ocurrió a nosotros.

Nos habíamos demorado en la zona más profunda de la cueva para hacer una foto cuando se apagó la luz. No nos pusimos nerviosos, claro, porque el guía nos había dicho que aquello podía ocurrir. Sin embargo, al prolongarse la situación empezamos a sospechar que tal vez el grupo nos había abandonado allí abajo, solos y a oscuras, en una cueva milenaria cargada de historias sobre energías telúricas, talismanes prohibidos y muertos errantes. Mal rollo, como podrán imaginar.
Habíamos apagado los móviles, y en cualquier caso allí abajo eran inútiles. Además el guía nos había explicado que, por alguna extraña razón, muchos móviles se desconfiguraban al entrar en la cueva. Por tanto estábamos totalmente incomunicados con el exterior. El miedo alimenta la confusión y ésta nubla la razón, así que en estas situaciones lo fundamental es mantener la calma en todo momento. Sólo con clari dad mental conseguida a base de bromear, conversar e incluso tararear cancioncillas populares, se puede hallar la solución a una situación como ésa.

Evidentemente nosotros no estábamos para cancioncillas populares, así que nos dedicamos a pegar alaridos del tipo: “¡Ayuda, socorro, estamos en la cueva!”. Estos gritos no eran de histeria, como pueda parecer, sino que tenían una finalidad práctica ( a saber: que el guía volviera sobre sus pasos y nos sacara de allí de una maldita vez). Eso no ocurrió, pero gracias a nuestra relativa calma (y a la luz del visor de nuestra cáma ra), a base de tantear las paredes con las manos y tras topar varias veces con pasadizos sin salida, dimos al fin con las escaleras que conducían a la superficie.
Tras varios gritos infructuosos (esa noche se jugaba el Madrid-Barça y España era un clamor), la propietaria de la vivienda que contiene la cueva salió a abrirnos con un susto en el cuerpo mayor que el nuestro. Debo decir que de no haber llevado con nosotros una cámara de fotos para iluminar el camino, probablemente segu iríamos vagando por aquellos pasadizos escalofriantes.



Conclusión personal
Como historiador del arte, novelista y apasionado de los misterios y las cuevas de Toledo, debo reconocer que para mí fue toda una experiencia permanecer aislado y a oscuras en uno de los lugares en los que la tradición sitúa tesoros c omo la Mesa de Salomón (de la que ya hablaremos en otro artículo) Mi compañera, en cambio, mucho más pragmática, sólo pensaba en salir de allí para bombardear a huevazos la fachada del local de la empresa de rutas y ponerles una denuncia por negligencia, descuido y abandono en subterrános inhóspitos. Tras encontrar la salida y salir a la superficie, logré persuadirla de que abandonara la idea (cosa ésta q ue me costó lo mío, ya que ella sigue convencida de que nuestras almas estuvieron a punto de unirse a la de los secuaces de don Rodrigo, del cardenal Siliceo y tantos otros insensatos exploradores que allí perecieron).

No dejo de pensar que quizás tenga razón....."

( Anonimacrónicos que ben fixéstedes en non entrar....eu agora estou atrapado pola maldición , menos mal que topei o meu amuleto....)

Definitivamente, en Toledo existen subterráneos más agradables en los que perderse